Un clamor en tiempos de la obesidad, la homofobia y el secuestro exprés”

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Hoy el mundo está secuestrado. Sí, y lo peor del caso es que nosotros mismos, sus habitantes y nuestras costumbres, somos los que lo hemos tomado cautivo. En pocas palabras hemos cometido un auto robo de la libertad, un secuestro exprés.

Las historias de que un mundo nos vigila y de que de un momento a otro un grupo de humanoides caerá sobre nosotros es cosa de un pasado muy remoto, pero que en su momento y a causa de las imágenes televisadas y presentadas por un Jaime Maussan cada vez más viejo y experto, nos horrorizaba y preocupaba. Pero como ya lo dije apenas iniciada esta columna, no nos ha sido necesario que un grupo de hombrecitos en color verde gelatinoso venga a tomarnos presos, no, hoy nos vemos envueltos en un penoso auto de incautación fulminante sin la intervención de un contingente de invasores interplanetarios. En menos de un siglo, por no decir que en un santiamén, hemos permitido que raras ideologías confundan y enturbien nuestras buenas costumbres. En otras palabras hemos convertido nuestras aguas cristalinas en sucias charcas y esparcidos calabobos que a diestra y siniestra han destruido lo que muchos ya habían logrado para nuestro progreso.

Hoy las plazuelas de los pueblos han dejado de ser sitios familiares en el que padres e hijos, abuelos y nietos, se daban cita para un buen tiempo de esparcimiento. Han dejado de ser punto de encuentro, cruce de líneas convergentes de superación personal, familiar o de amistad. Hoy los días de campo al amparo de la naturaleza son para los jóvenes algo de lo más aburrido, más si no hay señal para activar el Facebook, Instagram o Watts up. Lo de hoy para ellos es el internet, las redes sociales, las discotecas, el paseo por las avenidas en compañía de los amigos. Poco a poco los padres están dejando de ser aquellos grandes confidentes y albaceas de los primeros secretos de juventud de los hijos. Muchos prefieren expresar el nacimiento del primero amor a los amigos en lugar que a los padres.

No podríamos decir que es algo del todo malo, siempre existirán los buenos amigos que son un bálsamo en los tiempos de tempestad, sin embargo, de a poco y muy lentamente muchas buenas costumbres se van mudando, modificando, desapareciendo… y es que queramos o no la maldad se apodera como una pujante horda de mongoles cayendo y destruyendo todo lo bueno a su paso. En este tiempo es casi imposible salir de paseo sin toparse a la vuelta de la esquina con esos tendejones que ponen a la vista y a la venta todo tipo de pornografía. Para los que han cruzado la línea mediana de la vida, es decir, los treinta años, bien pueden decir que en su juventud la pornografía era un asunto de palabras mayores y que conseguirla bien podría resultar algo complicado. Ahora un celular puede poner en las pupilas de los niños toda una vasta enciclopedia, ya no de enseñanza, sino de perversión sexual. Si no se cuenta con internet, pero sí con treinta pesos, cualquier niño puede obtener una película erótica, llevarla a casa y verla en la comodidad de su cama con los amigos. El poder mágico de la tecnología ha develado de un modo transparente todo lo que un ser humano puede hacer para proyectarse como el mejor y al mismo tiempo como el peor.

Nos hemos convertido en camicazes de nuestra propia especie, en un auto contaminante, en un aniquilador veneno de ratas que nos elimina de este hermoso mundo azul a una edad que debería ser mayor. No hace mucho se festejó en México a los hombres y mujeres centenarios, sí, seres humanos que sobrepasando el siglo son testigos claros de lo que se puede llegar a ser llevando una vida de trabajo, conciencia y buenas costumbres. Hoy las estadísticas dicen que el promedio de vida son los 70 años y en próximas décadas los sesenta. Que no nos quede la menor duda, somos como aquellos raros perros que se persiguen el rabo y nunca se lo alcanzan, pero el día que lo logren se lo destruirán sin contemplaciones. El día que definitivamente no nos valoremos más, ese día dejaremos de ser aquella especie que fue creada para ser grande.

Los extremistas, los que utilizan bombas en sus cuerpos, por lo menos saben que se auto sacrifican por una causa que creen justa. Se hacen explotar en medio de una plaza, en una sinagoga o en edificios públicos gozando el hecho de sentirse aniquilados porque en su sacrificio ganan dignidad y liberación personal, espiritual y nacional… ¿pero nosotros? Nosotros nos destruimos por placer, por un momento de autosatisfacción. Golpeamos porque nos sentimos agredidos; asesinamos por venganza y rencor; engañamos al conyugue por puro apetito sexual; consumimos droga por un instante de goce alucinógeno; nos volvemos alcohólicos por el hecho de querer refrescarnos, volvernos más machos y olvidar… día con día nos herimos a conciencia como si en ello buscásemos matarnos de un sólo golpe. Le hemos perdido gusto a la vida como hemos extraviado el amor a Dios. Somos pues, de un tiempo acá, un cúmulo de seres humanos que simplemente viajamos como nómadas en el desierto. Algunos caminan como desterrados en busca de algo que no saben qué; otros son como fantasmas esperando ser escuchados por un mundo que ha dejado de creer en espectros y empezado a figurarse que la vida es bella en medio de la podredumbre que da el mundo y sus banalidades. Somos en todo el sentido de la palabra, smog.

Hoy el mundo dice no a la obesidad sin pensar que en el trayecto los pasaditos de peso son vituperados y humillados en escuelas y calles por su libritas de más. Cierto es que el tener un peso nivelado es salud, pero no lo es todo. Es nuestro deber aceptar a quienes viven este trance de la mejor manera. Que el hombre viva como mejor le plazca sin olvidar los principios de respeto al prójimo. Es pues este un clamor en tiempos en el que el asunto de la obesidad se ha convertido en una pesadilla para quienes la padecen. Ya es imposible tolerar los spots televisivos y carteles en negocios donde con temas alusivos y degradantes hacen sentir a quienes la viven, humillados y degradados. El mundo está lleno de imperfecciones y es imposible encontrar al ser humano dotado de hermosura externa e interna, todo en uno. Podrá tener la figura que el mundo califica como ideal, pero dudo que tenga otras cualidades que la hagan un ícono humano. Hoy el hombre necesita humildad, mucha humildad y menos arrogancia.

La homofobia está de moda, pero no por nueva, porque siempre ha existido, sólo que hoy ya se ha convertido en una persecución mortal… y pobre del que caiga en manos de homofóbicos. Esto me recuerda la horrible existencia que padecieron en los guetos nazis durante la segunda guerra mundial. Eran sometidos a las peores bajezas y humillaciones de las que nos podamos imaginar. Hoy no hay mucha diferencia. México se ha convertido año con año en un propagador de doctrinas homofóbicas que han hecho que muchos seres humanos que tienen dichas tendencias prefieran vivir en el anonimato, en el closet, por decir así.

Busquemos el modo, la manera, el método de salir, de escapar de este secuestro exprés en el que nosotros mismos nos hemos metido. Los malos hábitos llegan como una caricia y con el paso del tiempo se convierten en una bofetada que hiere, en una costra que ningún médico puede eliminar. Tomemos la roca, coloquémosla en la onda y derrotemos al Goliat que nos tiene secuestrados.

Yo, el que ahora escribe, soy como usted que ahora lee,  víctima de un secuestro exprés. Buscamos cada día salir de él aunque en el intento suframos los rigores de nuestro atrevimiento. No es fácil escapar de nuestros demonios cuando en un tiempo fuimos sus confidentes y amigos compartiendo sus deseos y costumbres; nunca se ha dicho que escapar es fácil cuando las conductas perversas nos tienen con el pie al cuello… pero aún y con el pie al cuello podemos morderle el tobillo y derrotarlas. Somos pues un grupo de gente que deseamos escapar de este rapto del que ya estamos hartos. Alcemos nuestro clamor en este tiempo tan difícil en el que hemos de valorar lo que más amamos: Conyugues, hijos, padres, hermanos y todos aquellos que al igual que yo y usted buscan día con día escapar de las duras cadenas de la ignominia a la que nosotros mismos nos hemos remitido por querer experimentar un poco los usos y costumbres de un mundo que hemos llevado a la decadencia.

Esta es mi pluma profana y yo el Markés, escriba y conciencia de mí mismo y de todos aquellos que quieren hablar pero en su deseo tropiezan, caen de rodillas y enmudecen. Adieu.